En la colina de Llívia, cuando aún no tenía ni castillo ni nombre, rondaba un dragón feroz que devoraba ganado y personas. Hacía la vida imposible a todos por aquellos verales, que cada día se despoblaban, ya que los pocos que podían librarse de la fiereza de aquel monstruo huían para salvarse. Lo desbrabó un valiente caballero llamado Llívia, que se enamoró de aquel terreno. Con un enorme escudo, con una cruz bien grande pintada, y provisto de una larga lanza, se encaminó a la madriguera de la fiera, que en cuanto vio la cruz, se amansó y dejó acercarse al caballero, que con toda facilidad lo mató. Una vez muerto el monstruo, Llívia hizo levantar sobre la madriguera del dragón el castillo, que tomó su nombre, así como lo hizo la población a su alrededor, construida por la misma gente que había huido del dragón y otra gente que se añadió después.

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