Era mediados del siglo XVII cuando muchos cerdanos, atemorizados por un posible monstruo, no se atrevían a ir al bosque ni a leñar, ni a buscar setas ni siquiera, a ir de cacería. Muchos eran quienes afirmaban haberlo visto, otros ya se lo creían después de haberlo escuchado a los primeros.

Un buen día, un puigcerdano se vio con la necesidad de ir a hacer un poco de leña y decidió acercarse a los primeros pinos de Saltèguet, no sin llevarse a su hijo para que estuviera al acecho y le avisara en caso de peligro. No llevaban mucho rato cuando de repente se escuchó un berrido. Las piernas del buen hombre iniciaron una rápida carrera hacia el lugar donde se encontraba su hijo. ¡No estaba! Lo vio un poco más allá con un… ¡un extraño ser, un terrible monstruo! Le gritó angustiado, pero el niño le respondió que era un ser bueno. Sin escucharlo y fuera de sí, el padre cogió la escopeta que llevaba para hacer frente a la bestia, la cual, después de un fuerte bramido, desapareció adentrándose en el bosque.

Al llegar al pueblo, después de haber regañado fuertemente al niño y haberlo encerrado en una habitación de la casa, salió para contarlo a los amigos y al veguer, en aquellos tiempos la máxima autoridad de la comarca. «¡Ya basta de esta historia que nos tiene asustados a todos los cerdanos!», pensó. Entonces decidió hacer una badida por el lugar donde el monstruo había aparecido. Mientrastanto, en casa, el niño no dejaba de decirle a su madre que aquel ser no era malo. Con todo, el grupo que había salido a buscarlo lo pudo cogerlo vivo, no sin temor y grandes esfuerzos, y lo llevó a la prisión. El niño, al enterarse, lloró desconsolado. Al día siguiente, al exhibirlo enjaulado y bien encadenado en la plaza Mayor, al chico le faltó tiempo para escaparse e ir a verle. Se escurrió entre la multitud y llegó l círculo de personas que se había formado a una distancia prudencial marcada por los soldados. El chico, con un ágil movimiento, se acercó. Todo el mundo gritaba con terror pero nadie se atrevía a acercarse. La bestia dejó de berrear y le dio una de sus manos. Instintivamente, otros muchachos hicieron lo mismo: el monstruo comprendió aquel calor inocente de los niños. Al quererse acercar el padre de uno de los muchachos para apartarle, la fiera repitió, de nuevo, un fuerte berreo de pocos amigos. En él no notaba el cariño. En los dos días siguientes, las conversaciones de toda la población y de toda la Cerdanya no era otras que el tema del monstruo, por lo que casi todos los cerdanos se acercaron hacia Puigcerdà para verlo antes de que las autoridades lo enviaran a la corte real, como se comentaba.

La gran alegría de aquellos cariñosos muchachos fue la de enterarse de que aquel ser, elKerresetcaps, había conseguido escapar. Ellos sabían que le volverían a ver por tierras cerdanas juegando con ellos y huyendo de los de corazón duro, los verdaderos monstruos.

Sebastià Bosom, archivero comarcal, se inspiró en un documento de 1654 localizado en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde se menciona la existencia del «Kerresetcaps». Gracias a su iniciativa, a la ayuda de la Colla de diables y a la del Ayuntamiento del pueblo, la fantástica criatura existe hoy para reencontrarse año tras año con los niños de Puigcerdà la noche de Sant Joan.

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